Juchitan de Zaragoza, Oax. – La noche del 7 de septiembre de 2017 permanece grabada en la memoria de miles de familias del Istmo de Tehuantepec. A las 23:49 horas, un terremoto de magnitud 8.2 sacudió el sur de México y convirtió en escombros comunidades enteras, principalmente en Oaxaca.
El sismo, considerado el más fuerte en el país en los últimos 100 años, dejó un saldo de 102 personas fallecidas, de las cuales 82 eran originarias de Oaxaca.

En Juchitán de Zaragoza, la ciudad más golpeada, el panorama fue devastador: viviendas colapsadas, calles bloqueadas por derrumbes y familias que en cuestión de segundos lo perdieron todo.

Las imágenes de aquella madrugada marcaron un antes y un después en la historia de la región. El Palacio Municipal de Juchitán reducido a ruinas se convirtió en símbolo del impacto del desastre y del profundo dolor que embargó a las comunidades istmeñas.

Hoy, a ocho años de distancia, los sobrevivientes aseguran que el tiempo no ha sido suficiente para cerrar las heridas. Aunque en muchas localidades se han levantado nuevas viviendas y la vida parece retomar su curso, la memoria colectiva mantiene vivo el recuerdo de esa tragedia. Cada aniversario revive las escenas de miedo, las pérdidas irreparables y la incertidumbre que dejó el terremoto.

El sismo del 2017 no solo representó la fuerza de la naturaleza, sino también la vulnerabilidad de las comunidades ante fenómenos de gran magnitud. En la región, hablar de esa noche es inevitablemente recordar que, en un instante, todo puede cambiar.

El Istmo de Tehuantepec sigue de pie, pero con una cicatriz imborrable que recuerda a las 102 vidas que se apagaron y a los miles que, entre lágrimas y escombros, aprendieron a comenzar de nuevo.
